Un suceso me trajo a la memoria enseguida la leyenda bretona que recogí, que trata de cómo es el corazón de las madres, y pensé, lógicamente, en el de Santa María, la mejor de todas. Ocurrió cuando un sacerdote, que había ejercido el ministerio hace muchos años en un pueblín de Asturias, allá por el concejo llamado de Teverga, charlaba con una antigua feligresa sobre una determinada mujer. La pobre vivía sola con un hijo enfermo mental, quien alguna vez llegaba a propinar a la buena madre más de un golpe. Un día le arreó una auténtica paliza, hasta el punto de que el vecindario pidió que vinieran de Oviedo con una ambulancia y se llevaran a aquel energúmeno al manicomio. Cuando los loqueros se hicieron cargo del muchacho, la mujeruca, todavía ensangrentada y magullada por los golpes recibidos, suplicaba a aquellos hombres:
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En una aldea alemana, durante la guerra mundial sufrió muchos daños la iglesia parroquial a causa de los bombarderos. Allí se guardaba una imagen de Cristo crucificado, de gran devoción en la comarca y de notable valor artístico. De resultas de una de las bombas, la imagen perdió los dos brazos. Cuando terminó la contienda, se plantearon qué podían hacer con el Cristo. Unos eran partidarios de dejarlo tal y como había quedado. Otros preferían encargar a algún artista que hiciera una reproducción de los brazos, en base a fotografías, y completar así la escultura.
Dicen que los monos de un bosque vieron a un mercader de sombreros ponerse uno sobre la cabeza y luego echarse a dormir a los pies de un árbol. Mientras descansaba, corrieron allá los monos. Cogió cada uno un sombrero, se lo puso en la cabeza y treparon a los árboles.
Despertó el buen hombre, y, al ver lo sucedido, empezó a gesticular y a proferir amenazas. Menos mal que pasó por ahí un buen conocedor de la zona y de las costumbres de los simios, porque el vendedor ya estaba al borde de la desesperación. Cuando en cierta ocasión los normandos atacaron Irlanda, su caudillo les prometió, para instigarles a la lucha con un verdadero incentivo, que el primero que tocase con sus manos la tierra de la isla recibiría el galardón del condado más cercano.
Uno de los guerreros –O´Neil– se propuso ser el primero. Ya estaban muy cerca de la orilla, cuando en el momento decisivo vio que la canoa de un compañero iba a adelantarse y tocar tierra. Dicen que entonces se le ocurrió lo siguiente: puso su mano en el banquito de la canoa, la cortó con el hacha y la arrojó con fuerza, consiguiendo que la mano, después de trazar un arco sobre el aire, llegase a tierra. De esta suerte, fue el primero que tocó con la mano el suelo de la isla. Y suyo fue el condado de Ulster.
No te traigo el ejemplo de un héroe del siglo XIII. Te pongo el ejemplo de una chiquilla catalana de nuestro tiempo, de hace unos días.
Este es el ejemplo de una muchacha que sonríe para que pase inadvertido su dolor. Le gusta la música, el canto, los bailes populares. La sardana la baila como ninguna. Y sobre todo le gusta el contacto directo con la Naturaleza. Tiene diecisiete años. Le encantan las excursiones. Su alegría es contagiosa. A su lado nadie puede estar triste. Se trata de un viejo y muy citado relato. Es la época de la colonización española del continente americano –todavía por el siglo XVI–, cuando las naos se aventuran a recorrer las costas poco conocidas de América del Sur hasta llegar al punto mas austral.
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April 2014
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